Cuando ese día me miraste con la profundidad de un cielo marchito, sabía que era tu adiós. Quise retenerte con mis manos muy fuertes tomadas entre las tuyas, pero tu serenidad me conformó.
Tú que habías sido, como una mecha encendida toda la vida, te ibas apagando y no podía ayudarte como otras veces.
Hoy que la memoria no me traiciona, percibo en cada minúscula partícula de mi cuerpo, todos los momentos felices que viví junto a tí, ¡abuela!.
Nunca antes, había podido dedicarte unas palabras. Hoy quizás Dios me inspiró, y te siento tan cerca como cuando en la niñez me hacías las trenzas de mi cabello, o saltábamos la soga los días de frío invierno, para jugar contigo, junto a mis hermanas.
Fuiste tan importante en mi vida, que no lo había reconocido, hasta que comprendí que no te tendría más con el transcurrir del tiempo, y que ya no era más aquella niña.
¡Había crecido!
Recurría a ti como refugio para mis dolores, buscando tus caricias sentada sobre tus ancianas piernas, que me hacían sentir pequeña.
¡Cuánto te extraño abuela!
Tuve el placer, que no muchos poseen, de darte bisnietos y poderles brindar todo el caudal de amor que siempre tuviste.
¿Sabes? Cuando nos dejaste, recién supe que era mujer y que todos tus consejos me acompañarían toda la vida.
¡Nunca más oiré, oro mío! Así me decías.
¡Cómo no oír aún esas palabras que repetías sin cesar!
Dejaste un hueco muy grande que no se podrá reemplazar.
Sé que no puedo ser egoísta, y debo pensar que si Dios te llamó habrá sido para estar junto a él, seguro que en un lugar mejor.
El dolor de mi alma, vieja querida, será difícil de curar, no encuentro cómo sanarlo.
¡Ejemplo de mi vida!
La energía que emanabas me ayuda y me acompaña en cada minuto, siempre te sentiré tan cerca, como cuando juntábamos los frutos del quinotero en los días de agosto, o como cuando caminábamos por las calles de Buenos Aires haciendo las compras para las navidades.
Gracias por haber sido así, trato de imitarte con mis propios hijos para que conozcan el significado de cada cosa, como tú me enseñaste.
Sé que en parte lo he logrado, porque fuiste mi gran maestra.
Sólo puedo dedicarte estas humildes líneas, que seguro ya te habrán llegado.
Abuelita querida: Que Dios te tenga en su reino y juntos me den fuerzas para nunca flaquee mi fe, de saber que un día nos reencontraremos.
¡Amiga, maestra, consejera!
Tuve el privilegio de tenerte llenándome de gozo.
Elevo mi vista al cielo, sé que estás ahí, hacia ti va este beso que te envío donde las palomas no llegan y los ángeles son tus amigos.
Hoy para mí es tu día, levanto mi copa y brindo por ti.
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