viernes, 25 de octubre de 2013

UN AMOR CIEGO


Soy Valeria, me mudé a Chile hace poco. Mudarse significa alejarse de todo lo que siempre te rodeó, amigos, casa, instituto, amores.

En el nuevo instituto estaba sola, no conocía a nadie y nada, me sentía un bicho raro y generalmente soy lo bastante simpática como para hacer amigos rápidamente. Me llevaron a mi clase y me senté en uno de los últimos pupitres, junto a una niña rubia y un chico muy lindo morocho. Me hice amiga de ambos y pronto se volvieron mi mejor compañía. El chico se llamaba Julián y la chica rubia era Patricia. Me sentía muy bien con ellos.

Un día, en el patio de la escuela, Patricia me presentó a la mayoría de los chicos de tercero del secundario. Por último me presentó a Manuel, alto, de pelo castaño y unos ojos celestes de ensueño. Me enamoré perdidamente de él. Cuando estaba con Patricia le contaba todo lo que sentía por Manuel. A mi amiga no le gustaba Manuel y me vivía diciendo que no me convenía, que no estudiaba nunca y que era demasiado agrandado, pero yo estaba ciega y no veía los defectos de mi amado, sentía que tenía que seguirlo por donde él iba.

“Valeria, olvidate de Manuel, no vale la pena” me decía Julián. A veces prefería estar con él, siempre me entendía y sabía que decirme pero ahora no entendía por qué estaba tan en contra de mi amor.

Después de algunos meses me di cuenta de que Manuel me había descubierto y no me quitaba la mirada. Algunas veces bromeaba conmigo y trataba de llamarme la atención, yo estaba eufórica y saltaba de alegría mientras que Julián sufría por amor y yo no lo sabía. Hasta que un día Manuel me besó, estábamos en la plaza, él con sus amigos y yo con Patricia y otras amigas, yo me alejé un poco de las chicas y él me siguió y me besó apasionadamente. Lo sentí y lo amé más aún , Manuel me confesó su amor y yo el mío. Así se volvió mi amado novio. Lo pasábamos tan bien juntos, reíamos y nunca peleamos. Si yo lloraba él lloraba conmigo, si yo reía él reía conmigo, vivíamos juntos. A mi mamá le encantaba recibirlo en mi casa y a papá le parecía un buen chico.

Pasó tiempo y nada cambiaba, yo era feliz pero comenzaba a alejarme cada vez más de mis amigos. De lo único que hablaba con Patricia era sobre como me trataba mi adorado Manuel, él no tenía ojos para nadie más que yo y yo no tenía ojos para nadie más que él. Éramos uña y carne.

Después de estar siete meses juntos comencé a ver que Patricia me esquivaba, hablaba y hablaba con Julián pero siempre lo veía triste. Nadie escuchaba mis adoraciones a mi maravilloso novio. Pronto comencé a darme cuenta que ya nada era como antes, ni siquiera Manuel. Estaba más distante y seco pero no dejaba de ser cariñoso, Patricia ya ni me hablaba y solo me quedaba Julián. Esa noche me acerqué a la casa de mi amigo y él me lo confesó todo.

“Valeria, me dejaste sin palabras el primer día que te ví. Sentía un gran logro al tenerte como amiga pero desde que conociste a Manuel mi vida dejó de importarme y todos éramos invisibles para tí”. Un nudo se formó en mi garganta y noté como las lágrimas brotaron de mis ojos. Julián se inclinó y me besó, pero, por más que yo quería amar a Julián, no sentía nada por él.

Deseaba devolverle ese beso dulce que él me dio, pero solo pude abrazarlo. No podía dejar de amar a Manuel, aunque sabía perfectamente que él no sentía lo mismo que yo siempre sentí. Yo sentía puro amor por él mientras que Manuel solo me daba cariño y popularidad.

Terminé cortando con Manuel. Todas las noches lloraba y sentía que tenía que volver con él, pero no podía. Tampoco volví con Julián, por dos razones: una, no lo amaría nunca y dos, jamás podría cambiar a mi gran amor.

Decidí quedarme soltera un tiempo, pero ese tiempo se alargó años y yo jamás pude volver a ser la misma Valeria de antes.

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