viernes, 25 de octubre de 2013
UNA PROMESA OLVIDADA
Lo conocí cuando tenía 20 años, cuando no sabía de amores ni ilusiones, cuando no me conocía ni a mí mismo.
Por razones laborales viaje a una ciudad desconocida. Una pequeña ciudad, pero mágica, calurosa, de calles amplias y tranquilas, de pocas luces, con un hermoso puerto donde llegaban buques. En aquel entonces no tenía inconvenientes para coquetear con quien me fuera posible, solo coquetear claro está, siempre he sido un calienta huevos como dicen acá en Colombia. (Es la persona que coquetea que molesta y que al final no sale con nada, ese era yo)..
Lo conocí en aquellos días. Me lo presentó un conocido. No era mi amigo, apenas habíamos entablado conversación un par de días atrás. Entramos a su apartamento y el muchacho estaba acostado semidesnudo por el calor, aún no olvido sus bóxer color naranja con un tribal. Sin embargo aquel muchacho se achanto al tener visita y encontrarse en aquellas fachas, por decirlo así, aunque ante mis ojos era un Apolo, perfecto desprotegido. Aquel chico no hablo mucho así que me terminé aburriendo. Con un hasta luego regrese a mi casa, pero en mi mente quedo la imagen de aquel chico que ni su nombre recordaba.
Pasaron dos días, y estando en mi trabajo recibí una llamada, y ¡oh, sorpresa! Era aquel muchacho, el los bóxer naranja, quedó frío, pero emocionado. Era el mismo que me habían presentado y me había dejado como
idiota.
Hablamos por teléfono y me comento que tenía ganas de conocerme que no tenía casi amigos, además que vivíamos a una cuadra. No era difícil, yo vivía solo.
Hablamos durante mucho rato y quedamos de vernos en mi día de descanso. Queríamos hablar en plan de amigos, hablar solamente, eso habíamos aclarado por teléfono. Llegó el día de la cita, le di las indicaciones y llegó donde yo tenía una apartamento rentado. Aún recuerdo la luz de mi habitación. Era un bombillo de color azul el cual contrataba con las paredes blancas y las sábanas azules. Era perfecto para el calor que hacía.
A las 7:00 pm llego a mi apartamento, lo logre detallar. Bien moreno, ojos achinados, cejas pobladas, no podía disimular que mi presencia le agradaba, tal vez más que mí. Parecía feliz, estando en conversación de cuyos temas no recuerdo, pues estaba más pendiente de sus celas y sus labios. Pasó una hora y una llamada interrumpió aquel momento, era su hermano con quien compartía apartamento.
“¡Qué embarra que se tenga que ir ya!” pensé. Quería hablar más, conocerlo, mirarlo. Las solas miradas eras placenteras.
Se despidió de mí como amigo y desde su casa espesamos a escribirnos mensajitos desde el móvil. Tales como: “¿Cómo le había parecido? ¿Le había caído bien?”… esas cosas. Me dijo “Usted es muy guapo”. Yo quedé como bobo, porque me parecía el chico más irresistible a pesar de haber tenido dos novios y unas cuantas novias, nadie me había hecho sentir tal emoción. Continuamos hablando hasta altas horas de la noche, me expresó que si podía regresar y charlar hasta la madrugada, que no podía dormir. No había forma negarme, quería verlo.
A los 10 minutos estaba en mi apartamento mirándonos y sonriendo, sentados en mi cama como dos niños, sin saber que preguntar. En ese momento estire la mano y terminamos con las manos cogidas, a paso lento, temblaba. Yo no era el único, él estaba aterrado. Después de habernos cogido las manos, nos abrazamos, nos dimos un beso. ¡No lo podía creer! Esa noche durmió en mi casa, en mi cama, a mi lado. No era algo sucio, ni depravado, ni pasajero, así lo sentía. Era algo tiene y dulce, sin afanes de que ocurriera algo.
Empezamos un noviazgo a partir de ese momento. Se quedaba conmigo casi todas las noches, hacíamos el amor, nos duchábamos juntos… Pasaron 4 meses de intenso placer y enamoramiento creo yo. Sólo él me importaba, sólo quería estar a su lado y siento que él lo deseaba también.
En el trabajo tenía algo de inconvenientes por esa razón me toco renunciar y a raíz de eso viajar a otra ciudad, (no mi ciudad). Fue duro despedirme del que yo decía era mi amor, pero no podía permanecer allí por distintas razones. Quería llevármelo conmigo, pero mi situación económica no pasaba por el mejor momento. Hicimos una promesa “Yo me ubico y tú te vas, te esperaré”. Qué iluso el, pero como culparlo si yo también era iluso pretender llevarlo conmigo a un lugar que ni yo mismo conocía.
El día de mi viaje, a las horas de la madrugada, salía mi transporte rumbo a otra ciudad lejos de quien hasta ese entonces había significado todo para mí, aquel a quien llamaba mi niño, sin importar que fuera de mi misma edad, a mi Richard, mi todo cuyo nombre no había mencionado. Viajé a muchos kilómetros de distancia, y nunca olvide la promesa solo la distancia hizo que no se luchara por aquello que en un momento había sido la mayor felicidad.
Pasaron cuatro años en los cuales nos llamábamos, nos extrañábamos, pero no hacíamos nada. Eso sé que había quedado en las palabras y en la distancia de unos sueños rotos.
A los 4 años nos volvimos a ver. El cambio era evidente, mi cabello dreads, mi forma de vestir diferente. En cambio su físico se alejaba mucho ya de un ser masculino, cabello tinturado, corte de cabello en flequillo con capas, su forma de vestir se asemejaba más a los jeans que usan las chicas.
No lo soporté, el tiempo había pasado, las cosas habían cambiado, mi chico ya no era él. La sociedad lo había trasformado, sus amistades actuales, mi ausencia había hecho que se aferrara a cualquier cosa y había cambiado.
Vivió en mi ciudad y solo nos vimos dos veces. Sus sentimientos decía que eran los mismos, pero los míos ya no. No era mi Richard, ya no era él.
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