lunes, 28 de octubre de 2013
CADA DOS AÑOS
Teníamos dos años cuando nos hicimos enemigos: yo lo amenazaba con quitarle las chuches y él a mí con tirarme del pelo. Dos años más tarde, empezamos el colegio y nos volvimos mejores amigos, no había quien nos separara ni un solo día. Entonces aprendí que no podría vivir sin él.
El tiempo siguió pasando y con 6 años volvimos a ser enemigos, eso sí, íntimos. Puede que nos peleáramos a cada segundo pero si alguno faltaba a clase, nuestras madres se veían obligadas a llamar a la otra para preguntarle qué había pasado y si eso no ocurría, ya podían atenerse a un día de horas y horas de llantos y berrinches.
Para variar, dos años más tarde, volvimos a ser amigos. Nos lo contábamos todo, compartíamos miedos, diversiones, aventuras e ilusiones. Él llegaría a ser un gran científico y yo una gran escritora. Estudiaríamos una carrera en la misma universidad y seríamos amigos para siempre. Sueños demasiado grandes para unos niños tan pequeños, pero éramos los “más listos” de la clase y nos lo creíamos. Con esa edad, todos los demás compañeros de clase empezaron a decir que éramos novios y nosotros, pasábamos de negarlo porque sabíamos que eso no era verdad.
Otros dos años y otra vez enemigos íntimos, aunque esta vez fue diferente. Ahora no nos peleábamos, sino que competíamos. Los dos éramos buenos, pero teníamos que superar al otro en cualquier cosa: notas, amigos, juguetes… todo. No importaba cual fuera el precio, lo importante era ganar. Posiblemente ahí se nos desarrolló la maldita competitividad que nos consume siempre que tenemos que participar en algo.
Doce años. Empieza el instituto y nosotros nos volvemos inseparables… pero yo me enamoro. Llegó un chico nuevo que me desestabilizó de una manera impresionante. Fue mi primer amor, el que me apartó de mis amigas de siempre e hirió a mi amigo en lo más profundo. Yo siempre había pasado de todos los que dijeron que mi amigo no me dejaba nunca porque le gustaba, pero ahora veo que era verdad y comprendo de qué forma le causé tanto daño. Él se hizo amigo del chico nuevo y los dos me lanzaban indirectas, pero yo solo veía las del nuevo y me asqueaban las de mi amigo. Y él lo sabía perfectamente, pues no hay nadie en este mundo que me conozca mejor.
Este chico nuevo, llamémosle Álvaro, me trataba como a una reina y me revolucionaba hormonas en el despertar de la adolescencia nada más verlo. Pero también hizo muchas otras cosas: me enemistó con todas mis amigas y apartó a mi mejor amigo convirtiéndolo en su coleguita al que le contaba “lo mucho que me gustaría comerle la boca a Clara” y pidiéndole que intercediera por él conmigo.
Con todos estos errores, terminó el curso y la cosa se enfrió sin que pasase nada con Álvaro. Pero ya era tarde porque yo estaba enamoradísima de él y no nos habíamos dado ni un beso. Por otro lado, mi amigo, digámosle Fran, decidió que esta vez no iba a aguantarlo más y nos distanciamos tanto que apenas hablábamos. Ese año fue muy duro para mí porque Álvaro no me hacía caso, Fran casi no me hablaba, mis amigas se habían peleado conmigo, era una empollona rodeada de maleantes y mi abuelo enfermó. El único que me dio apoyo fue mi otro mejor amigo, el que siempre estuvo más o menos presente y desde siempre fue como un hermano para mí, algo que nunca consideré a Fran.
Pero llegó el nuevo curso, teníamos casi 14 años y mucho cargo de conciencia. Así que yo, que seguía enamorada, decidí que era momento de recuperar a mi amigo e intentar conquistar a mi amado Álvaro. Pero, ¿qué conseguí? Pues conseguí muchísimo más de lo que esperaba: las mejores amigas del mundo, tener una relación cordial con Álvaro, formar una pandilla en la que estaba Fran y añadir una nueva componente que se estaba enrollando con Álvaro y le atraía Fran. Esa hija de la gran patria me destrozó porque yo había perdido a Álvaro por ser una estrecha y Fran era mío. Llamadme egoísta, pero Fran es mío y de nadie más.
Llegó el verano y parece que se le pasó el interés por mi Fran porque “se interesa demasiado por ti, aunque yo no sé qué te ve”. Así que se centró en el otro y en hacer que se me partiera el corazón. Cada vez que tonteaban Álvaro y ella, yo me deprimía y Fran acudía corriendo a animarme… hasta que un día pasó. Vi como Álvaro y ella se enrollaban. Automáticamente busqué a Fran y lo encontré recogiendo unas cosas para volver a casa del picnic que habíamos hecho la pandilla. Me lancé a sus brazos y lloré desconsoladamente mientras él me acurrucaba en su recién desarrollado cuerpo a la vez que me susurraba que me calmara. No sé cómo pasó pero de repente estaba dando mi primer beso. Fue un beso lento, suave e inexperto, pero el más hermoso que se pueda imaginar. El simple toque de sus labios fue suficiente para comprender que siempre lo había amado.
Meses más tarde, cuando comenzó el curso, nos hicimos novios pero la cosa no iba bien: no hablábamos, no nos habíamos vuelto a besar, ella había cortado con Álvaro y ahora se centraba en pillar a Fran. A los pocos meses cortamos y fue como una liberación porque esperaba recuperar al amigo. Pero ella se entrometió y ahí empezaron dos años de relación fría como un hielo cortante. Cada vez más y más cortante hasta que un día llegó lo que llamo “la gran pelea”. Fran me dijo todo aquello que sabía que más podía herirme en este mundo y yo hice lo mismo. Estuvimos casi un año entero sin hablarnos, sin mirarnos… como si no existiéramos el uno para el otro. Me levantaba pensando en él y me dormía llorando por él, pero el orgullo es muy fuerte y hasta que él cedió, no cedí. Había pasado dos años justos desde que nos peleamos. Volvían los buenos tiempos.
Aunque siguió existiendo cierta tensión durante un tiempo, recuperamos nuestra amistad y todo fue genial aunque no tan profundo como antaño. Pero pasaron otros dos años y volvíamos a pasar el uno del otro: estudios, compromisos, amigos fuera de la pandilla…
Entonces llegó la Universidad y nos fuimos a estudiar a la misma ciudad, como siempre fue nuestro sueño. Tocan los dos años buenos, aunque ya he consumido casi uno entero. Hablamos a todas horas, nos lo contamos todo… hemos vuelto a ser los mejores amigos… y algo más. Porque, a veces, pasa algo más. En ocasiones es sólo un roce al pasar por el lado y otras, una noche de mucho alcohol y poca ropa… pero cuando salta la chispa, es imposible para el incendio que surge entre nosotros. He perdido la cuenta de cuántas veces he dormido en casa de Fran o cuántas él en la mía. Había algo que nos impedía parar cuando empezábamos… o al menos eso pensaba porque ahora ese algo tiene nombre y apellidos. Se han enamorado, lleva un mes con ella… pero el viernes sigue “durmiendo” en mi casa. Sé que está mal y que nos podemos hacer mucho daño pero, lo siento, Fran es mío y a mí me gusta disfrutar de lo que me pertenece. Todavía queda mucho para que se acaben estos dos años.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario